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¿Dónde estará la estrella azul?

Probablemente seamos la última generación que pueda ver las estrellas por la noche. Ayer leía un artículo acerca de una especie de tubo caracol gigante que va a lanzar satélites al cielo, uno atrás de otro, como quien escupe semillas de mandarina en el cordón de la vereda.

Ya los Starlink del buen Elon están surcando el cielo de la noche como gusanos luminosos. Son lindos, claro, pero chau estrellas. Cuando era chico, seis o siete años, ibamos al campo en el verano supongo que porque no había nada mejor que hacer. Ese campo, en medio de la provincia de Chubut, era un desierto con algunas ovejas, un corral con una casita y un peón, y arriba de una loma la prefabricada de mis abuelos torcida por el sol y por el viento. No más. No había agua, ni luz, ni gas, ni tele, y la radio que podía agarrar LU20 consumía seis pilas grandes así que sólo se prendía para los comunicados. El tiempo era un chicle espantoso y yo me aburría como un hongo. A la noche, para que no se llene de mosquitos y para ahorrar garrafa de la Petromax, apagábamos la luz y salíamos con sillitas a ver el cielo con mi abuela Cleo. Era un cielo profundo, espeso, tan lleno de estrellas que asustaba. El juego era tratar de ver satélites. En esa época había pocos, algunas noches no veíamos ninguno. Pero a veces alguna estrella fugaz o la luz de una chata rumbo a un campo lejano y el chisme que seguía compensaban. Que si había avisado en los comunicados, que si se había quedado con capones en la señalada... Y entre espera y chismes, la Cleo nos contaba historias de luces malas, de aparecidos, o de cuando Calfinao vio un plato volador bajando a buscar agua en el tajamar del viejo Anguita. Yo era chico y creía en los OVNIS pero ya me daba cuenta de que si los marcianos venían a la Tierra a buscar agua el último lugar que elegirían sería el medio del Chubut, donde había que torturar la tierra para robarle una gota. Pero me gustaban las historias. Volví algunas veces más, como hasta mis 15 o 16. Las últimas veces ya había luz eléctrica por generador, no había necesidad de andar saliendo a ver estrellas, y si salías ya se veía menos, hasta la luz de Trelew que está a 200km manchaba el cielo. Después se fueron muriendo todos, primero el abuelo, después mi madre, mi tía Marta, Zully, los que no se murieron se pelearon, y no volví nunca más y nunca más volví a ver un cielo de noche tan intenso ni a buscar satélites perdidos. Y supongo que no sucederá ya nunca.


Tal vez el nuevo juego sea buscar estrellas, y cuando la suerte quiera que veamos una entre tanta chatarra voladora, salir corriendo cuesta abajo señalando con el dedo y reclamando las tortas fritas del premio mayor del campo Los Lanares...