Tenés que escucharlo, me dijiste. Yo nunca había cruzado el río. A vos te habían prestado una casita por Sayago, en la misma loma del ojete, donde sólo pasamos una noche. Después dormimos en la Aduana, enfrente del Maciel, en una piecita angosta y alta que olía a encierro y kerosén. Ahí s…