Tenés que escucharlo, me dijiste. Yo nunca había cruzado el río.
A vos te habían prestado una casita por Sayago, en la misma loma del ojete, donde sólo pasamos una noche. Después dormimos en la Aduana, enfrente del Maciel, en una piecita angosta y alta que olía a encierro y kerosén.
Ahí supe el por qué de tus dos nombres. "Estás hecha de música", pensé.
Al final nunca vimos a Mandrake. La noche que tocaba se puso a llover como si no hubiera mañana y las goteras del techo se volvieron catararta y nos obligó a salvar lo que pudimos, primero el discman, los cuadernos y al final la ropa, y en ese discman, mientras el gatito barcino que era dueño de la pieza se encajaba entre nosotros, escuché por primera vez "Amor profundo" cantada por el Zurdo, en una grabación pirata que quién sabe si hoy no valdría sus monedas, porque no es la que salió por todos lados.
La siguiente vez que la escuchamos juntos habían pasado muchos años y demasiadas cosas. Es un recuerdo triste que me anduvo visitando con la lluvia.
Pero es mejor no revolver el hormiguero.
