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Y ni sombra quedará

Por el hilito de tierra que atraviesa la Ciénega Grande de Santa Marta, mirando las ventanas como un sueño y escuchando al Cacique de la Junta. La noche anterior nos habían devorado los mosquitos y el temporal se nos había llevado los petates por Pasacaballos.
A veces la cosas terminan de una forma tan extraña...


La buseta barata de Copetrán se rompió apenas entrando a Tasajeras o a Palmira y nos dejaron ahí tirados, con un sol que te incendiaba la mollera y un aire tan espeso que se podría haber nadado en él. Al menos había para comer y agüita de Jamaica bien helada.


Cuando volví de ver si había dónde dormir ya no estabas y la doña del chuzo me dió tu razón, que había pasado el Brasilia y que me esperabas donde Julia en Pescaíto, pero ya qué.


Dormí esa noche en Puebloviejo, y otra noche, y otra más, y me fui derecho hasta Mayapo. Nunca más pasé por Santa Marta y nunca más te volví a ver ni a tener noticias tuyas ni más nada. Si así había sido, tenía que ser así, y para qué llevar la contra.

Cuando se acaba el paraíso, que los caminos se separen para siempre. Hay que dejar las cosas quietas para que no se rompan. Incluso el tiempo.
Y a los años, muchos años, tal vez sentarse, y escribirlas.