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Es distinto sin tí


Estoy viajando al sur el último día del año de 1998 en el peor colectivo que ha pisado rutas argentinas: El Pingüino. Antes de un cuarto del camino ya hizo tantas paradas para ir arreglando sus achaques que es un hecho que a los que van más allá de Comodoro, incluida una pareja de viejitos, les va a tocar pasar el año nuevo arriba de esta lata.
Pero vale 49 pesos contra 79 de los otros y 99 del Quebus, y soy más pobre que casi nunca hasta este momento, y es El Pingüino o quedarme varado en Buenos Aires.
Los asientos en posición casi vertical apenas se reclinan medio grado y mi salida de aire está rota y me tocó taparla con una media para que el frío, que parece ser lo único que anda bien en esta catramina, no me congele.
Alrededor de mí un grupo de chicos y chicas de acción católica van rumbo a Caleta o San Julián, por ahí. Lo que debería ser un velorio no sé por qué se transformó en una aventura para los viejitos y los pibes. Una fiesta. Cantan canciones de Silvio y también las de la iglesia.
A mí me da igual, son tiempos en que todo me da igual, respiro porque es lo único que no me resulta cuesta arriba.
En Azul otra parada de las largas. Ya es de día. Yo no soy matero todavía pero para matar el tiempo le acepto una ronda a los pibes. Ellos tampoco tienen un mango para comprar nada en la YPF así que hacemos rancho afuera. Está lindo. Hablamos de música, de autos y del Discman antisaltos que me trajo mi hermana de uno de sus viajes.
Cuando volvemos a subir, el asiento de alguien de los del grupo se da por vencido y arruina dos lugares, el propio y el de atrás. Van y vienen como hormigas para reacomodarse, con esa energía que yo también tenía a su edad.

Y sucede.

Una de las pibas me pregunta si el asiento al lado del mío está ocupado. Le digo que no, que bienvenida, pero temo lo peor: que me quieran evangelizar, o peor aún, sumarme a las canciones. Es flaquita, rubia, de pelo corto y (todavía) dientoncita. Tiene 17 pero eso aún no lo sé, y no lo sabré hasta bastante después. Por lo pronto sé que le pasaron la guitarra y que mi miedo musical no estaba tan errado. Pero no me hacen cantar y ni siquiera me da bola, hacen la suya y yo respiro.
En Tres Arroyos otra vez abajo, pero esta vez hago la mía.
Subimos.
Ya no guitarrean y es un alivio, aunque la rubia de mi lado canta lindo y es la que hace las de Silvio. Cantó una que no conozco, pero todavía no hay celulares ni datos ni Google ni ocho cuartos. Dentro de un par de meses la voy a volver a escuchar y voy a saber que se llama "De la ausencia y de tí" y que es la más linda que hizo en toda su vida.
Si yo tuviera diez años más le hablaría, pero todavía soy hosco y retraído y tengo mil problemas más importantes que hacer sociales. Y los que se vienen...
Pero Dios es gaucho y juega en su equipo y parece que hoy quiere jugar un ratito para el mío y entonces la rubia flaquita dientoncita me pregunta qué escucho, después me pide prestado el Discman, después charlamos un rato de giladas, después se duerme sobre mi hombro, y al final cuando me bajo en Trelew a las corridas porque se viene el año nuevo me dice que se llama Cecilia, como si eso alcanzara, pero es lo que hay en estos años, y tres meses después en una iglesia de Belgrano y luego de dar vuelta medio Buenos Aires voy a saber que sí alcanzó, y voy saber su apellido y que tiene 17 y que toca esperar algunos meses, y que a veces la magia sí sucede, y que aunque se vienen tormentas de las grandes en mi vida y en la de ella siempre voy a tener un puerto de aguas calmas y quien se acuerde de mi cuando no se acuerde ni Dios, y que voy a seguir sus viajes por el mundo a través de sus cartas, y que va a aparecer y desaparecer sin lógica por el restos de sus días, y que 25 años después un día me voy a desvelar porque está comigo hasta en mis sueños y le voy a escribir como en los viejos tiempos mientras ensillo los primeros amargos de otro día de unos años calmos y voy a poner esa canción y el nudo en la barriga va a ser lindo, Cecilia, porque extrañarte es lindo y no duele aunque hayamos sido tremendos barriletes desde el día uno, este día en que te estás sentando al lado mío en el peor colectivo de la historia.