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Cinéma vérité

Tuve la mano apretada de la chica que más me quiso debajo de un diluvio, un poco para no perdernos y otro poco para compartir lo que estábamos sintiendo en medio de un rocanrol atronador aquella noche en que Carlitos decidió que había que volver aunque el mundo se cayera a pedazos.

Tuve una novia mexicana que se llamaba Amaya por la cantante del grupo Mocedades. Mi madre amaba a Amaya Uranga, pero no pudo saber de aquél azar porque se había ido veinte años antes. Nunca estuve tan enamorado. Hasta ahora.

Tuve un auto de lata y de madera que me hizo mi padre para un cumpleaños en el que no había plata para regalos. Tenía suspensiones con resortes, un interior de lujo y una trompa hecha con un bidón de plástico cortado que hubiera sido la envidia del mismísimo Colin Chapman si la hubiera conocido. Lo llené de publicidades recortadas de revistas para decorarlo.
Hoy, cuarenta años después, vivo de eso.

Tuve un banco de plaza como cama. Tuve hambre y tuve frío. Por suerte duró poco.

Tuve la mano de Geoffroy sobre mis manos con un alambrado de por medio minutos antes de que un vidrio le rompiera los tendones y se acabe el sueño del Regional 93.

Tuve unos DAKI de colores con los que construí castillos y galeones y una máquina de transplantar cerebros.

Tuve una tele derretida por el incendio de mi casa. En esa tele toda chueca ví a Boca ganar la Libertadores 2007 la última vez que fui fiel a algo de fútbol y que seguí todo un torneo.

Tuve autitos Galgo y Bubby pero nunca Majorettes ni otros caros.

Tuve todos los casetes de Fito hasta El Amor. Incluso el Maxi de Corazón Clandestino. Todavía los tengo, creo.

Tuve el buzo del camión y el pantalón del Mono Navarro Montoya. Los compré en la peatonal de Córdoba y al salir nos encontramos a Sergio Denis.

Tuve ciento cincuenta mil constancias de documento en trámite. Una de ellas fue sacrificada en un baño de la discoteca Keops de Carlos Paz ante la falta de papel.

Tuve enfrente de mí la copa del mundo de la FIFA.

Tuve broncoespasmo, baricela, criptorquidia, fracturas de codo y de clavícula, hepatitis, trombocitopenia, y hasta la cuarta enfermedad.

Tuve un loro llamado Lorenzo que andaba libre por la casa y se murió pisado por un primo.

Tuve un tío que dio la vuelta al mundo varias veces con la Armada en los 60 y terminó medio pirosca buscando meteoritos en la Patagonia.
Tuve una tía bruja que curaba el empacho con un centímetro de tela y que murió de cáncer. Y otro tío que terminó preso por matar a un borrachín en un bar de Camarones y que también murió de cáncer.
Y una prima vizca y respostera, una artista. Ella también murió de cáncer.
Y mi padre y mi padre y mi abuelito.
Tuve demasiado cáncer en mi vida.

Tuve un póster de Michael Jordan en mi pieza, y uno de Jorge Comas, y uno de Claudia Schiffer, y uno del Lambroghini Countach 25 aniversario.

Tuve anteojos culo de botella.

Tuve un reloj con radio, otro con jueguitos, y otro con calculadora, uno más trucho que el otro.

Tuve un moño de pelo y una carta de despedida que me traje del otro lado del planeta.

Tuve el álbum de figuritas Panorama. Y Canchita. Y El mundo en que vivimos.

Tuve el disco de Marco de los Apeninos a los Andes y un tocadiscos de tres velocidades: 33, 45 y 78.

Tuve una casa okupa que se caía a pedazos y no tenía ni vidrios en las ventanas donde pasamos el 2001 y el 2002 y que me salvó de cosas más fuleras.

Tuve entre mis dedos los dedos largos y mojados de sudor de una desconocida con la que vimos unos cortos viejísimos del Gato Felix en un galpón de Ouen y con la que nos pintó ir a besarnos a un plato volador de fibra de vidrio de color naranja que estaba ahí quién sabe por qué mambo.

Tuve soroche en La Calera y Zacatecas.

Tuve el orden 919 y el número 035, el pajarito, en el sorteo de mi clase, la 75, que fue la última que hizo la colimba.

Tuve una chica japonesa enamorada de mí en el año 93 en que me quedé en Trelew estudiando humanidades por no saber qué hacer con mi vida. Me regalaba ositos de peluche con su perfume y yo no le daba bola porque estaba enamorado de Rosalía, la Cordobesa. Repetí esa historia con otros nombres muchas veces hasta que aprendí.

Tuve un oso de paño y gomaespuma que me cosió mi madre con la Singer. Se llamaba Humberto por Coquito de Piluso y le hice una camiseta de Boca pegada con plasticola. Lo tuve más años de los que hoy sería recomendable para un niño.

Tuve un minicomponente Sanyo doble casetera con ecualizador manual de cinco bandas comprado en cuotas en una financiera en la época del desagio. Gracias a ese grabador me invitaban a los asaltos y gracias a eso di mi primer beso, benditos sean, señores usureros, ojalá el infierno tenga un gesto tierno con ustedes.

Tuve una novia, o casi novia, o fato, o lo que sea, que era actriz y me cantaba canciones de Miranda. Vivía en Milberg cuando eran unas quintas viejas a las que llegaba el gas con zepelines y me enseñó a comer verduras.
Una vez la fui a esperar a la salida de sus clases y estaba la chata del ex y dejó de ser lo que sea que haya sido.

Tuve remeras de batik casero pintadas por mí con la cara de Bob Marley y Jim Morrison.

Tuve 5 puntos en el Quini 6. Gané para pagarme un viaje a Europa, pero por un punto no fui millonario.

Tuve 40 grados de fiebre por bañarme en el agua de deshielo del dique Ameghino en pleno Julio. Nunca dormiría sin bañarme, ni siquiera en un camping en el medio del desierto. Me curaron con vino caliente y esa noche vimos a un grupo de folklore que estaban por la zona, creo que eran Las voces del viento.

Tuve carpeta y cartuchera de Robotech, de las infladas, aún sin haber visto nunca Robotech, sólo porque me gustaban los dibujos. Cosas de haber crecido en Trelew en los 80 con un solo canal de tele que transmitía un par de horas.

Tuve amores en mi viajes, muchos más que estando quieto.
En Abrãao, en Bogotá, en Zacatecas, en Barichara y en Barú, en Saint Denis y en Barcelona.
En Ámsterdam tuve un amor sin sexo en un hostel religioso.
Y en Ao Nang, y en Porto y en Lisboa.

Tuve un amor de fin de semana en Londres con una finlandesa que había ido a ver a Bjork en un festival al que yo iba a ver a Yeah Yeah Yeas. Fuimos juntos a los dos y subió una foto a Instagram y al día siguiente estaba su marido en la puerta del hostal queriendo acomodarme. Terminamos tomando cerveza en un pub y él invitó. Tuve suerte.

Tuve un sueño recurrente durante años, una imagen deforme y un olor que todavía recuerdo pero que no puedo describir. Nada más que eso pero me despertaba con un nudo en la barriga.

Tuve doce años y los láseres de Stress volando sobre mi cabeza. Esa noche de navidad vi mi futuro y me dio miedo.

Tuve miedo de los ovnis y del holocausto nuclear por mirar demasiadas películas como "Hilachas" o "La guerra de los mundos".

Tuve tres cartones de lotería marcados con mi nombre de la casa de mi abuela Cleo que me hicieron ganar buenos morlacos cuando niño.

Tuve Kalkitos, Simulcop, figuritas de vestir, y el álbum del mundial 82 que se llenaba con el plástico de adentro de las chapitas de la Coca si es que no las rompiás al sacarlas.

Tuve las Adidas "con tornillos", las New York, las Nike Air 90 originales y unas Impax que me duraron cuchucientos años.

Tuve un Sony Ericsson t106, un Motorola c115, un Moto ROKR, un Samsung Monte, Un Motorola Smartplus, un Moto G, un LG Spirit, un Moto G4, un Xiaomi MI9 SE y un Moto G41 desde el que estoy escribiendo estas giladas.

Tuve una radio 7 mares, una lámpara Petromax y una mesa con cartas y con dados llenando de magia una infancia complicada.

Tuve un cactus volando sobre mi cabeza y una odalisca salida de las mil noches y una noche moviendo las caderas en mi cara entre los hierros franceses de Museum.

Tuve una cámara digital de 0.8 megapíxeles que sacó tres fotos que guardo como el oro.

Tuve una caja de colores Bruynzel de 18 comprados en el kiosko Pimpinela con los que sentía que podía pintar el universo. Y lo hice. Con esos lápices dibujé y pinté el Gacel policromático de Yoyo Maldonado y se lo regalé cuando fue a Trelew en el 90 a visitar Autolatina.

Tuve un pasaje a México que me costó 1600 dólares y que perdí porque dejaron de quererme.

Tuve una casa entera sólo para dos en el filo mismo de valle del Cocora, con vista al infinito. Creo que fueron los días más felices de mi vida.

Tuve un abuelo uruguayo y otro abuelo indio. Y una abuela galesa y otra abuela española. Sangre de todos los colores.

Tuve una vida dura, mágica, hermosa, traumada, intensa, milagrosa, inabarcable, inmensa, retorcida, y al final simple y abierta.
Tuve menos de 50 años que han contado como cien y que espero que se estiren todo lo posible.