Vos subís una escalera interminable con el bolso rojo en el costado y no te puedo ver las manos, que son todo. Todo lo que no cambiaba y ahora cambia. Siempre pensé en tus manos cuando leía tus cartas. Veías y vivías con tus manos como un ciego.
Inventabas mundos y me diste uno.
A la vuelta del tiempo, la marca que se borra de un anillo, las uñas cortas del trabajo, las líneas de la palma que siguen ahí, calladas, en mi frente con fiebre por la lluvia que venció a las chapas. A veces la vida se cuenta sola y no hace falta hacer preguntas.
Mis acordes cotidianos
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