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Sara

Llovió y llovió toda la tarde y se fue la luz en todo el pueblo y no queda más que encarar para la ruta. En la troncal del Caribe siempre hay luz. Aunque se caiga el mundo va a haber luz, y que haya luz quiere decir que habrá cerveza fría y algún billar con un parlante de colores que ponga a los Inquietos o los Diablitos. El camino es un agujero negro en el que podés terminar con barro hasta la pera o mordido por un bicho indescifrable pero no importa si llegás mojado o sucio: en esos sitios la vida se permite algunas cosas. Tal vez hasta termines bailando con alguna chica que no tuvo suerte y que quiere charlar a cambio de una Poker y una canción del Ruiseñor en la rockola mientras espera que pare de llover y que vuelvan los camiones, y también deseando que no pare de llover para que no bajen los paracos de la sierra. Tal vez la chica se llame Sara (hay muchas Saras por acá, culpa de Don Rafael y sus amigos) y sea muchísimo más linda que lo que el chuzo se merece. Y tal vez se quiera ir con vos aunque sepa que por más que tengas tu dinero no pagás por esas cosas, y tal vez duerman en una hamaca humedecida por el aire del mar y por la lluvia en la que improvisen un nido con unas pocas ropas secas, y tal vez se despierten oliendo a salitre y a cerveza y vuelvan a la ruta sin hablar y antes de despedirse le compres un desayuno y un paraguas, y tal vez depués de cinco años no te olvides de las cosas que te contó de su madre y de su casa en Ladrilleros, y que tenía los rulos más bonitos de todo el universo.