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El año pasado en Marienbad

De un lado de la Rue Montorgueil una chica sentada en la vereda devora una manzana como si fuera la primera o la última de toda su existencia. Tiene el pelo de los mil colores que se han inventado en este mundo y parece que no espera a nadie. Del otro lado un tipo ya canoso toma mate sentado en un café donde le dejan despuntar el vicio si antes consume alguna cosa, y además le regalan una jarra de agua fresca. En la mano tiene un libro que no lee y escucha a Cabral por un oído. Tampoco espera a nadie. En medio de ellos un desfile interminable de señores, señoritas, turistas, funcionarios, saltimbanquis, y renó trafics dobladas de alfombras y macetas que cargan y descargan por igual infieles y cristianos, pero todo ese trajín no impide que se cuelen las miradas entre medio y también las preguntas acerca del misterio que acampó del otro lado. No comparten idiomas, ni edades, ni papeles. Tampoco llegarán a cruzarse de veredas ni a comenzar a descifrar cada uno por su lado la piedra de Roseta: De dónde sos, qué hacés acá, por qué me estás mirando. Él volverá a París dos o tres veces más y cada vez se quedará más tiempo y siempre rondará por esa calles y por otras, se aprenderá los nombres y los precios de las cosas del mercado, el horario del metro, las quinielas, sabrá el por qué de los zapatos que cuelgan enfrente a Le Diamants, escuchará poesías en idiomas que no entiende en medio de los escombros de un squat en ruinas de Menilmontant y se besará con una insípida oficinista en un plato volador de fibra de vidrio en el medio de un galpón de chucherías tal vez por no sentirse solo. Ella no sé. Quisiera contar la parte de ella. Contar que estaba de visita en la ciudad y que también volvió mil veces, que aprendió los secretos del mate y que soñó con Maradona y que pasados los años supo que Gardel vivió en la casa vecina a la de su abuela pero no. Esa parte no la sé. Seguramente sea mejor así. Quiero seguir volviendo a esas esquinas cargando la ilusión en la mochila junto a una bolsita de yerba Piporé que trama sus gualichos.